escribir


Podría callar. Sonreír y callar. Echar el cerrojo a la puerta de mis oídos y, simplemente, callar. 
O podría desatornillar esa membrana que distorsiona, como esos aparatos que te disfrazan la voz y la visten de pito o de ultratumba. 
Y entonces despertaríamos sonriendo, como hasta ahora, pero los besos sabrían a sol infinito, como no siempre.
Seguiría comprándote crema de ayer para endulzar las mañanas y tejería nuevos guantes a diario si eso sirviera para deshacernos del frío. 
Podríamos escribir una historia que nunca nadie haya imaginado, como hasta hoy. De ésas que parecen estar condenadas a perecer en un agujero negro tras pudrirse en las bocas endiabladas de personajes sin narración propia. 
Calentemos las manos, porque es el momento de que las teclas comiencen a sonar.

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