Fin de curso

Buenos días en este martes de sol de octubre. Manos en tecla y corazón en origen, viajo una vez más en el que movió mi vida casi tanto tiempo como mis piernas. Casi tres años y una pandemia nos separan de aquella relación amor-odio en la que viajar juntos era rutina prácticamente semanal. Aquellos tiempos, los de corazón en destino los viernes.

De fondo, el traqueteo del Media Distancia y una conversación acalorada en italiano. En el fondo, la sensación de viajar hacia el fin definitivo de quien fui con billete de vuelta hacia la persona que seré. 

No es tarea fácil romper las últimas hojas en blanco de un diario. Es deshacer los planes que ya se escribían con el piloto de velocidad crucero activado, cortar el cordón umbilical con ese futuro cuasi cierto, enfrentarse a un nuevo libro cargado de renglones sedientos de tinta. Es salirse de la rueda y su ritmo sin pausa y secarse el sudor y las lágrimas frente a una portada sin título. 

Que conste que siempre supe que no sería coser y cantar. Y menos mal, porque no sé hacer ninguna de las dos cosas. 

  

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