Las mañanitas

Duermes con cara de enfadado, aunque el ceño fruncido es incompatible con tus ojos abiertos. Te miro e imagino tu corazón bombeando a 40 pulsaciones por minuto. Hace ya cuatro años que dictó que al menos una de sus aurículas se acompasara con la mía y ninguno pudimos evitarlo, ni quisimos, eso también es verdad.
Hoy despierto en el lado izquierdo de la cama una vez más, en un lugar que yo elegí pero que tú has convertido en real. Como tantas y tantas cosas. Elegí abrazos y tú te vestiste de velcro para no soltarme; elegí besos y tú los empaquetaste por docenas; elegí respeto y el tuyo se tasa en quilates; elegí admiración y tú recogiste mi autoestima del núleo de la Tierra e invertiste toda tu energía en subirlo hasta los anillos de Saturno. Yo te elijo, tú me eliges.  Aún no sé dónde toma el sol nuestro trébol de cuatro hojas ni quién preservó el último pétalo de la margarita, pero bendito destino.

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