Invierno dulce

El cielo amenaza con llorar Terry y una señorita ofrece cascos para no pensar. Las teclas son el único escape tras cuatro días en un sueño y uno completo imaginando un infinito entre olas y holas, entre sol y letras, entre acordes y sonrisas con código de barras internacional. Un futurible que huele a orgánico, que sabe a sal, que suena a huevo dando en la diana, que tiene el tacto que dejan los frutos rojos y que aparece ante mis ojos únicamente oculto por el telón del miedo.
Que ya no imagino unos ojos menos rasgados incapaces de detectar sonrisas asimétricas. Que quiero dar saltos en el barro y que siempre tengamos ganas de siesta. Que me gustan las casas con corteza, las bayetas amarillas y hasta la leche de almendras para desayunar. Que quiero que imaginemos hasta que ya no haga falta imaginar, porque eso querrá decir que solo es una cuestión de tiempo. Y tiempo tengo todo el del mundo guardado en un sobre reciclado, para que lo vayas cogiendo a puñados con una mano mientras me llevas de la otra.
Para que conste y por si no estaba del todo claro: no pienso soltarte.

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