Semáforos en ámbar

Solo el olor a lilas ha sido capaz de despertar hoy las ganas de caminar por la ciudad del claxon insomne. La que tiene aceras regulares, en las que el tacón no duda, en las que los dedos tocan pantalla y no piel. En las que no hay transeúntes a los que saludar y reír después, ni bares con tortillas de patata cocinadas con el mejor aceite y una pizca de publicidad engañosa. En la que lo que acaricia el cielo son rascacielos y no castillos en suspensión. Esa ciudad en la que a las manecillas les falta recorrido y solo cobran sentido cuando el tic tac susurra la palabra viernes. Esta ciudad donde creces mientras te haces más pequeño.

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