Ozono y Sal

Hoy el cielo suda en Madrid. El agonizante Ozono huele a cansancio, a nervios, a desesperación. 
Se siente la ciudad que hace semanas que no duerme y que esconde tantas desgracias como gente capaz de soportarlas. 
La vida pesa. Pesa tanto como las nubes cargadas de impaciencia y de agua inevitablemente salada. Sal de los vecinos ojos que las miran. 
Truena. Truena tan fuerte que nunca te escucho llorar. Y aunque sé que gritas sin necesidad de mayúsculas, los rayos te acechan tan salvajes que si no fuera porque vidas solo hay una jamás alcanzaría a abrazarte. Ya estoy estudiando cómo coronar el edificio condenado a muerte por China y he guardado el pararrayos en la mochila.

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