De música y arena

Cuando el mundo grita se suelta el pelo y empieza a cantar. La música es una constante, al igual que lo es su sonrisa, perenne y fresca, radiante y eterna. Algunos dirían que es Primavera. Es capaz de encontrar hielo en el desierto y arena entre las orejas de un oso polar. 
Engulle miedos y los transforma en fiestas, roza un corazón y se evapora la cicatriz.

Puede convencerte de que incluso el turquesa es casi negro y de que mirando al techo también puedes ver las estrellas. Y quién quiere alcanzar el Sol pudiendo rozar sus piernas, delicadas pero esbeltas, listas para correr con sentido a ningún lugar o a todos a la vez.
Es por eso que siempre va de la mano de alguien que espera ser quien ya no la espera. Alguien que siente que siempre estuvo listo para quedarse y construir un fuerte en el que sólo respiraran ellos dos. Ése que soñó tantas veces con su melena, con sus suspiros e incluso con sus peleas, con desenlaces en un beso reparador.
Y han pasado tantas manos como cometas. Y ha roto tantos corazones como zapatos quieren perder las Cenicientas. Y ha protagonizado tantas películas que el cine se quedó mudo pleno siglo XXI. 
Mientras tanto, ella continúa cantando, y el mundo sigue esperando a ocupar el lugar de la orquesta.

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