Parada Solicitada
Lloraba Madrid. Mi paraguas sudaba rítmicamente en aquel autobús lleno de bocas mudas, ojos clavados en pantallas y dedos susurrando palabras que nunca conocerán voz. Y allí estaba ella, una vida más aparentemente atrapada en las redes de la rutina. Se balanceaba a merced de los baches de la Castellana, los que cada día ponen música de fondo a las letras que acompañan mis idas y venidas. Desde mi asiento yo observaba aquellas barras, pensando que nunca nadie las usará para bailar. Cosas del destino. Y mientras yo ocupaba la mente pensando de qué metal estarían hechas esas barras, ella se agarraba a una de ellas como si lo hubiera hecho siempre, como si ese autobús fuera su zona de confort, mirando hacia la puerta con lo que yo interpreté como ansias de libertad. Ahora sé que no era así.
Una parada. Dos. Una tercera. Finalmente, inspiró cuando la puerta se abrió. Y lo comprendí. No era el deseo de escapar, era la necesidad de aquel brazo que se extendió desde la acera cruzando la puerta. Ahí estaba él. Otro gran desconocido para mí, pero cuyo brazo izquierdo era la verdadera zona de confort para la chica de la barra del autobús. Del mismo modo que lo eran sus labios, que con ternura se rindieron al encontrarse bajo el techo de aquella marquesina frente al hotel de los coches caros. Y entonces pensé que no es el lujo lo que anuncia la insignia de las 5 estrellas.
Yo seguí mi camino. Un par de paradas más. Últimos segundos de canción. Se abrió la puerta, me imaginé un brazo y pisé la acera con la fuerza de aquel cuyos sueños no descansan ni a bordo de un autobús urbano.
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