Catalina cuando besa
Reinaba la oscuridad en toda la estancia. Una pequeña e intrépida luz colorada era la única decidida a dar un mordisco a aquel intangible azabache. Y ella mantenía sus ojos abiertos, apuntando en dirección al techo, ignorando por completo la sinrazón de no dejarles descansar. Al fin y al cabo, no miraba con sus ojos, sino que componía la noche a través de su imaginación.
Hacía tiempo que sus labios no conocían beso, que el anhelo y la escarcha los vestía cada despertar. Tampoco cambiaban de abrigo cuando el sol echaba el cierre y todo dolía más que por dos.
Aquel día fue diferente. Sus labios vistieron de gala por unos segundos que parecieron de viento, veloces y tenues, como los aires del sur. Apenas recordaba el suave aleteo de quien recibe el beso que desea saborear por siempre, de quien siente y padece... Y en su ausencia padecerá.
Por ello no cerraba los ojos, a pesar de no encontrar nada en la oscuridad. Los sueños son inconscientes, incontrolables - se decía -. Distintos que los recuerdos. Si se mantenía despierta por siempre, nadie le impediría que su beso fuera infinito.
Pero, como cada luna, el sueño fue quien venció.
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