Rojo

No me hizo falta ver más que su vestido rojo. 


Me gustaba tanto observar esas mejillas que se escondían encarnadas tras su pelo, como las de una niña avergonzada tras cantar una canción. Me miraba de reojo mientras yo, estático y perplejo, admiraba esa pálida piel ante la que tantas veces se rindieron mis dedos. 


Un leve viento indiscreto se colaba sin permiso por la puerta a la que me asía yo y ondeaba aquella falda, aquel vestido rojo con el que tantas veces la vi en sueños.
- Estás preciosa - quise decirle.
Pero mis labios enmudecieron con su beso. Con esos labios que, vestidos de rojo ardiente, me susurraron al oído tantas veces que no me fuera nunca más. 
- Cómo pude irme - pensé.
Y mudo me vestí de rojo para siempre.

Comentarios

  1. Siempre he sostenido que en el oficio de escritores hemos de respetar la alteridad, a los personajes que advienen a nuestra parte consciente. No personajes bajo libertad condicional sino enteramente libres. Esa primera persona "masculina" confirma mi petición. Felicitaciones.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares