Pinceladas en un día cualquiera

Guardo la receta de valeriana bajo ese montón de libros, los que hablan de catedrales y castillos, de desiertos y piedras preciosas o de estepas castellanas que ya no son lo que Machado absorbió. Dice el arquitecto de organismos que la solución a mi congoja se reduce a ese papel de ribete verde, a unos cuantos euros transformados en cápsulas que desharán el nudo que, desde hace algunas horas, no soy capaz de desenmarañar en mi estómago.
Pero yo sé que no está en lo cierto. No es necesario devorar palabras impronunciables durante media docena de años para diagnosticar mi afección. Lo que yo padezco no remite con compuestos multivitaminados o con brebajes de la abuela administrados cada ocho horas. Esto sólo terminará cuando te mire, cuando me mires, cuando por fin sintamos que nada más nos rodea, salvo esa bola del mundo cargada de agua que no deja de girar. No creo en el Día de los Enamorados, aunque no dudo ni un momento de la existencia del amor; creo en los otros trescientos sesenta y cuatro - o cinco -; en las rosas que marchitan en cualquier floristería de barrio porque el amor no se camufla en forma de flor; en los suspiros que me regalas al verme o las caricias que puedo regalarte yo; en las palabras que no se lleva el viento, porque las capturo para mí y sólo para mí. Pero, si para ti significa algo, feliz día de las cajas rojas.

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