Cerrar mis párpados en el quinto piso no es fácil si nadie respira en la habitación contigua. Puedo sentirme afortunada, a mí no me rodean pizarras antiquísimas ni duermo en un colchón de polvo, ése ya me encargué de tirarlo a la basura a primeros de mes. Yo descanso en la casa de otro, en un sitio que aún no soy capaz de sentir mío y que parece que suspira cuando intento dormir. Lucho para que mis sentidos también pulsen el pause cuando procuro desactivarme yo. Los fantasmas hacen crujir la madera mientras bailan al son de las ovejas que saltan mientras las evoco sobre este colchón. Las veo, las cuento, las dibujo a pinceladas y las perfilo con un punzón... Demasiadas. 

La alegría alegra. La tranquilidad tranquiliza. Las flores reaparecen. Alegre, tranquila y florida. A lo mejor la tranquilidad crece tanto que Albert Pla pierde la inspiración.

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