Veinticuatro horas han pasado desde que me despedí de los raíles y más o menos dos docenas nos acompañaron por las calles indiscretas. En mi piel se han subrayado los recuerdos y las contradicciones carcomen cada milisegundo de mi hoy. Mi papelera de reciclaje se perdió.
Nos esperan la brisa y las olas por segundo, los varios veinticuatros que harán que no sepa recordar qué es no echar de menos.
El hielo de mi café tampoco enfría tanto como cuando buscabas el sol frente a ese arco y las calles han dejado de parecerme nuevas para convertirse en las baldosas que piso y repiso con resignación.
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