de cuando me dejas hacer que no llueva... y la toalla azul de un día cualquiera
Hoy me dices que el mundo te llueve y yo sólo soy capaz de ver que fuera diluvia, pero no creo que tanto agua sea capaz de calar tus huesos por dentro tanto como para sentir que el cielo se ha empeñado en descargar su rabia en ti.
Me gusta mirar las caras de la gente, su expresión, sus gestos...
Me gusta ver que un niño ríe a carcajadas mientras salta en los charcos poniéndose perdidos los pantalones de domingo, que un perro babea observando un salchichón en un escaparate mientras su dueña habla del tiempo con la vecina de abajo, que el abuelete que toma el blanco en el bar de al lado pega la nariz al cristal para mirar a la chica del paraguas marrón que pasa todos los días a las 13.36, que la dependienta de la frutería corre con la bolsa del "súper" pegada a la cabeza a buscar cambio de 50 al bar de las sardinas en aceite... Y ver cómo las gotas flotan en el agua durante una milésima de segundo, formando un círculo perfecto, para morir en ese charquito que se forma cada día gris delante de la puerta 16.
Pero no me gusta que te llueva, ni que le llueva, ni que me llueva. Me gusta intentar secar las gotitas, una a una, recorriendo la nariz, el cuello, los brazos... y cubrirte con la toalla azul de los fines de semana mientras me cuentas cómo, poco a poco, va dejando de llover.
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