Ya has contado hasta tres

Hace tiempo la guardaba en una caja sin más preocupación que la de tenerla a mano si la cosa se ponía fea. No le limpiaba el polvo, no le contaba cuentos, nunca la regué. Al fin y al cabo, siempre había pequeñas cosas que hacían que la caja no pudiera ni cerrarse. Días, semanas, meses, años, encontrando sin buscar, recibiendo sin pedir.
Días atrás, semanas, meses, no años, tuve que acudir a ella con cierta urgencia. Con la ansiedad anudada al cuello y el agua subiendo desde los tobillos. Agua ascendiendo en cascada cuando descubrí que era posible que siempre hubiera tenido fecha de caducidad o fuera víctima de la obsolescencia programada.
El agua ha persistido en su ascenso y creo que no me queda rincón del cuerpo sin escamas.
Ahora me encuentro perdida, no soy pez, mi medio no es el agua. Aunque siempre fui mujer de recursos, de ganas hasta bajo las costuras, hoy camino desesperada en busca de Pulgarcito, destruyendo su rastro en el intento capturar las migas que rellenen mi cajita hasta que consiga una nueva. Relleno de pega, como el de los abrigos malos de invierno o las almohadas a base de bolas. Pero, ¿cómo se hace si no?

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